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Cinco Jefes y una hegemonía verdadera, Centroamérica 1909-2021

Repaso de la influencia de Estados Unidos de América (EUA) en la política centroamericana.

No hay tal cosa como determinismo histórico fatal. Nicaragua es excepción patente. Se ha colocado fuera de la esfera determinante de EUA. ¡Después de tres guerras! Una revolución que ganaron los sandinistas con el apoyo de la mayoría de los nicaragüenses y de latinoamericanos, contra el aliado más firme -entonces- de EUA.

Una guerra proxy que le ganó el sandinismo -ya definido como socialismo- a la contra revolución que armó Reagan con los restos de la Guardia, el respaldo de los nativos, a los que el centralismo sandinista inicialmente ofendió, y con el apoyo de la derecha regional, los déspotas del Plan Cóndor y militares como Álvarez Martínez. Y una última guerra contra el pueblo descontento, que clama democracia. El sandinismo resiste. Daniel es su “dictador” y Sergio ¿el novelista?

No entiendo qué le dio a cambio al gringo. Pero ciertamente quien escapa del todo del patrón histórico es Costa Rica. En donde (José) Pepe Figueres lideró en 1948 una revolución que, en efecto, cambió la historia, cimentó el excepcionalismo moderno de su país, el cual nunca ha sido confrontado, ni ha tenido que defenderse de la hegemonía estadounidense.

Y a quien el gringo no solo no atropelló, sino que protegió contra sus propios militares levantiscos, y aún contra el vecino agresivo que era el General A. Somoza. A quien IKE puso quieto y en orden cuando, con Trujillo y Pérez Jiménez, amagaron en 1955 a la Revolución Costarricense que decretaba la abolición de sus fuerzas armadas.

También es una moraleja el caso tico. Porque al final, en política, cuentan las consecuencias y los resultados para la generalidad de la población. Y si los medios no socavan y en última instancia ayudan a consolidar un propósito de transformación positiva, quedan justificados.

Costa Rica también fue, significativamente, el primer país del área que escapó del círculo vicioso de la inestabilidad, progresó y lideró gestas de sagaz diplomacia frente a Estados Unidos, como el Tratado de Paz Perpetua de 1987, y aun dándole la espalda a Taiwán, 20 años ha. Hablo de historia.

Aunque la historia no se acaba aún. (Ni la grande, ni tampoco la historia chica de la hegemonía de Estados Unidos en el istmo, que se inició a principios del s XX y goza de buena salud y vigor.) Y la historia nunca escapa del todo al modelo que construye.

El primer presidente centroamericano destituido por Washington fue, en 1909, José Santos Zelaya, general de muchos triunfos en los motines intestinos, quien consolidó en Nicaragua un tardío liberalismo reformista. Presidió sobre una era de crecimiento y bonanza. Impulsó un desarrollo de infraestructura y, gracias a la crisis del Imperio agónico, recuperó la soberanía sobre la mitad noroccidental de su país, ostentada aún por la insolencia inglesa.

Como consecuencia era una figura muy popular y respetada en toda la región, a la cual exportó simpatizantes. No fue su peor yerro impulsar un unionismo centroamericano, del que se concebía como prócer y patrono, apoyando a los regímenes liberales afines, contra sus díscolos generales de pacotilla, aunque se le reprendió por ello.

El pecado capital de Zelaya fue negociar secretamente con los europeos los términos para una concesión y construcción de un canal interoceánico. Uno que hubiera sido competencia al Canal Americano que, cinco años antes, habían comenzado a construir en Panamá los estadounidenses.

Le armaron una revolución, valiéndose de mercenarios, de los conservadores, sus enemigos. Y finalmente Teddy le mandó una carta, dándolo por despedido, a menos que quisiera ir a la guerra.

Entre 1948 y 1952, luego de ascender a la presidencia de la República de Guatemala, en una elección democrática, el Presidente Juan José Arévalo, sobrevivió a múltiples atentados con intrigas y ataques de metralla, inspirados por el bananero Samuel Zemurray, opuesto a repartir las tierras que la UFCO no usaba.

En 1954, Arévalo entregó la presidencia a Jacobo Arbenz, y vía Dulles, Zmurry catalizó en el Departamento de Estado la decisión de derrocarlo. Lo sacaron con un susto. Arbenz regresó a México y fue cruelmente asesinado.[1]

Igual justamente al inicio de la guerra sucia contra la Nicaragua Sandinista, la CIA bajo G. Bush mandó a asesinar a Omar Torrijos, líder de la Revolución Panameña,[2] quien, aunque, también con procedimientos dictatoriales, había levantado la condición general de su país mediante una reforma agraria, y que aprovechando hábilmente la diplomacia, consiguió con James Carter, la devolución del Canal y de la Zona del Canal sustraídas de la soberanía panameña.

Torrijos, ayudaba a los sandinistas, les servía de puente con otros países de la esfera socialista. Bush no era su único enemigo claro, pero lo concebía como una amenaza eficaz, y era íntimo de quienes podían colaborar. Alguien puso una bomba en el avión del General que explotó en el aire y una nubecita de ceniza que descendió suavemente, como la de Roldós.

En Junio de 2009, mientras la Embajada intentaba detener el deslizamiento de la crisis política para prevenir un golpe que complicaba la diplomacia de Obama, el Comando Sur inducía a los militares hondureños -en contubernio con los capos del congreso y del capital, ya profundamente imbricados con el crimen organizado-, a derrocar al Presidente democráticamente electo.

Por su amistad con Hugo Chávez y la firma del ALBA, precipitando así una crisis social, económica y política que se degradaría en la siguiente década hasta hoy. Crisis que -para la miopía de Clinton- se remediaba con un esfuerzo supino por restarle vigencia y legitimidad al reclamo popular zelayista.

El manejo de la pandemia en Honduras es de los peores de América, en gran medida por desidia del principal socio. En El Salvador ha sido casi ejemplar, gracias en parte a la ayuda de la República Popular China.

Y la pretensión de aislarnos de lo que ocurre en la vecindad es tonta. Porque dentro del campo magnético de la hegemonía que, desde hace poco más de un siglo, los condiciona, los países centroamericanos siguen conformando un sistema de vasos comunicantes, y ninguna interioridad de cualquiera de ellos deja indemne al vecino, y las percepciones arbitrarias de Washington responden a un estándar doble.

Para muestra, un botón: La constitución de Honduras no prevé que El Congreso destituya magistrados de la Corte, pero JOH lo ha hecho sin miramiento ni la mínima protesta de EUA.

La carta magna de El Salvador dice que a los magistrados se los puede destituir con un juicio, y por una causa específica, de modo que los guanacos pueden protestar que se proceda sin lo uno ni lo otro. Pero dada la historia, es difícil indignarse o comprender la indignación especialmente del extranjero, que se rasga el traje.

La ley ya la violó muchas veces Nayib Bukele, el dictador chavo (el estilo de ese hombre me recuerdan que afirma Buffon), árabe palestino de raíz hondureña. Pero ha de tener mucho cuidado, garra nica o astucia tica, si no quiere ser el siguiente presidente del istmo destituido en Washington, antes que se instale definitivamente la hegemonía china que, con bandera de no intervención, se adelanta a pasos agigantados.

Porque repetiré, en política, cuentan las consecuencias y los resultados para la generalidad de la población a largo plazo. Como queda demostrado en Colombia ayer, en el fondo, a Biden, le valen %&$@  la democracia, los derechos y el rendimiento de cuentas, mientras todo esté bajo control del hegemón. Y si no, exige.

Fuentes

[1] Juan J. Arévalo escribió El Tiburón y las sardinas, primera fábula sobre la hegemonía estadounidense.

[2] Epónimo del machismo tropical de izquierda, Graham Greene escribió un bello retrato en El General.