El riesgo político para el progresismo al usar a Joe Biden como ejemplo a seguir
El mandatario durante la administración de Obama, se posicionó a favor de la guerra, así como en temas de control de armas y política fiscal asumiéndose en una óptica conservadora.
En ocasiones el amplio espectro político se presenta difuso ante el posicionamiento ideológico de factores pertenecientes a la izquierda y la derecha. En el caso de la primera, existen izquierdas “aparentes”, cuya propuesta resulta contradictoria y en ocasiones vacía.
Tras las últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos, los medios de comunicación y algunas personalidades políticas de la izquierda han demostrado una peligrosa tendencia en tomar como referente tanto político como pragmático a Joe Biden, asumiéndolo como alguien perteneciente al espectro político izquierdista.
Durante las primarias demócratas, los rivales de Biden presentaron al exvicepresidente como un centrista con ideas anticuadas en comparación con los candidatos más progresistas que participaban en la carrera electoral.
La contienda de Joe Biden por la presidencia de Estados Unidos, la ha llevado a cabo a sus casi 78 años, representa el tramo final de 48 años de trayectoria en la vida pública. Es considerado un político con mucha experiencia, visibilizando aún más su perfil tras su desempeño como vicepresidente durante el gobierno de Barack Obama.
Durante la campaña presidencial ha pasado a ser para sus oponentes políticos “un instrumento desafortunado de la extrema izquierda”. Como puede apreciarse, el lugar que ocupa en el espectro político es relativo.
En este sentido, Joe Biden siempre parecerá moderado si se lo compara con el demócrata socialista Bernie Sanders. Y en otro caso, cualquier candidato demócrata estaría muy a la izquierda de un republicano conservador como el presidente Donald Trump.
Lo cierto es que una opinión generalizada sobre Biden considera al demócrata como un moderado consumado que se ha dedicado a encontrar el centro político del Partido Demócrata a lo largo de su carrera. La actual gestión de Biden no pide una revisión sistémica que apoya el ala “progresista” del partido.
También ha rechazado en varias ocasiones el Medicare para todos, el New Deal ecológico y, más recientemente, la desfinanciación de la policía. Sus frecuentes llamamientos a encontrar compromisos con los republicanos y su reticencia a apoyar a los obstruccionistas, son vistos como una señal de que podría dejar de lado sus políticas más agresivas para llegar a un acuerdo.
La visión complaciente de algunos sectores políticos de España respecto a las aparentes políticas de izquierda de Biden, responden a una inocente y no menos preocupante practica de justificar verdaderas medidas en favor de la ciudadanía.
Por otra parte, tal fijación hacia Biden puede fungir como parte de una propuesta programática que consiste en la aplicación del denominado “capitalismo verde”, difundido en países como Alemania, promoviéndose bajo este enfoque una serie de medidas que procuran paliar los efectos que el sistema neoliberal sobre el medio ambiente, pero sin erosionar los fundamentos de la economía de mercado.
Casualmente, ha sido público y notorio el apoyo de algunos sectores de izquierda verde, tras las declaraciones en favor de las políticas sanitarias llevadas por el actual presidente de los Estados Unidos.
Han considerado como ejemplo de gestión en materia de salud al mandatario estadounidense, pero no ha cuestionado las fortunas obtenidas por las grandes farmacéuticas de ese país, conseguidas a expensa de todos aquellos que han muerto alrededor del mundo como consecuencia del COVID-19.
El régimen político imperante en España desde la década de los años 70 ha ideado un conjunto de estrategias para menoscabar la influencia de las izquierdas que procuran la ruptura del estatus quo.
Para consolidar el sometimiento que recae sobre el progresismo, se han valido de la creación artificial de organizaciones políticas denominadas de “izquierda”, pero que guardan dentro de su seno una clara agenda neoliberal y conservadora, al mismo tiempo que divide internamente los partidos rupturistas de España.
Esta izquierda artificial, creada a la medida de la voluntad de las estructuras más conservadoras del sistema político español, fungiendo como elemento de infiltración para desarticular las posiciones rupturistas más consolidadas.
Biden, durante la administración de Obama, se involucró activamente en asuntos de guerra, así como en temas internacionales y domésticos como el control de armas y la política fiscal. También fue uno de los mayores propulsores en el Senado de abogar por las Relaciones Exteriores de Estados Unidos, destacando su rol ante proyectos de protección interno ante amenazas terroristas internacionales.
Es precisamente en este aspecto donde dio su apoyo en 2001 a la invasión a Afganistán y en 2003. Asimismo, vio con buenos ojo la disposición del presidente George W. Bush de enviar tropas a Irak.
En este sentido, Biden aseveró que era imperativo mandar personal militar para la búsqueda de Saddam Hussein y el desmantelamiento de armas de destrucción masiva que supuestamente estaban en suelo iraquí, siendo esta una matriz de opinión muy recurrente en los políticos de la época.
De igual forma, durante la administración Bush, apoyó ampliar los recortes de impuestos a las empresas, además de defender el rescate financiero de Wall Street en 2008. Es en la economía donde los demócratas tienen una especial incidencia. A pesar de su autodefinición de “Liberal” o “progresista”, no están divorciados de las fórmulas neoliberales.
La campaña de Biden hace sospechar una prolongación de la Gestión de Obama, pero con ciertas diferencias en el plano internacional. Al respecto, uno de los asesores claves de Biden, Jake Sullivan, afirma que Barack Obama y George W. Bush habían mantenido “enfoques casi idénticos” en política económica internacional y dio a entender que ya era hora de enterrar el “paradigma neoliberal” que ambos mandatarios habían respetado.
En estas circunstancias, todo apunta a que la principal línea de fractura entre la administración que lidera Biden y la que lideró Obama va a ser la política internacional y, sobre todo, su vertiente económica, aunque manteniendo puentes continuistas en sus fundamentos neoliberales. Es decir, la gestión de la globalización económica a imagen y semejanza de la dinámica estadounidense.
La definición política del término “neoliberalismo”, que en sus inicios se manejaba solo a nivel académico bajo una concepción neutral, a partir de los años noventa comenzó a tener una connotación peyorativa.
Dicho término, define la fe en un mercado global ligeramente regulado donde bienes, servicios, capital y empresas cruzan fronteras con una fricción mínima desencadenando un crecimiento que aumentaría el empleo y la prosperidad, en especial Estados Unidos por medio de la globalización.
Se trata de una doctrina que ha regido la praxis económica de los demócratas en Estados Unidos, sobre todo durante la administración del presidente Bill Clinton, junto a personajes como Robert Rubin y Larry Summers, quienes también se desenvolvieron como consultores económicos del presidente Barack Obama.
Los miembros del entorno tecnócrata de Biden han sido reconocidos revisionistas de las teorías y prácticas neoliberales, los cuales, lejos de reemplazarlas, buscan perfeccionar su eficacia.
En este sentido, Jennifer Harris, una economista internacional que se desempeñó en el Departamento de Estado con Hillary Clinton afirma que, desde los orígenes de Estados Unidos, como todas las grandes potencias, ha manejado su dominio económico para para posicionarse geopolíticamente, pretendiendo los que algunos llaman la “Geoeconomía”.
A partir de esta praxis, los estamentos de poder estadounidenses han asimilado una sucesión de modelos económicos adecuados al contexto de su tiempo. El modelo neoliberal se adecuaba a una era en la que la economía estadounidense obtenía grandes beneficios de la globalización, o al menos parece hacerlo.