La virginidad: un mecanismo de presión sobre la mujer
La virginidad no es más que un constructo social alimentado por las culturas, pero se torna más oscuro cuando es utilizado para coaccionar.
En la actualidad, la evolución y cruzamiento de las distintas sociedades, han dado lugar a una transformación importante del concepto de virginidad, porque ya no se aborda de la misma manera que en épocas anteriores y tampoco se posiciona como un factor determinante sobre el valor de una mujer. En el caso de los varones, porque debía “dejarla” rápidamente para convertirse en un “verdadero hombre” y la cantidad de parejas sexuales simbolizaba masculinidad.
Las ideas que privilegiaban el coito como el punto de referencia a partir del cual un individuo dejaba de ser virgen cambiaron notablemente, dando paso a diversas interpretaciones personales que hacen del concepto de virginidad un constructo social en constante transformación y diferente tratamiento, tomando en cuenta que cada quien es dueño de su cuerpo y lo utiliza como mejor le parezca.
Sin embargo, debido a las múltiples concepciones culturales e individuales que rodean a la virginidad, es imposible partir de un significado universal sobre este aspecto, porque a ello se le suman las perspectivas religiosas y cuestiones adheridas a las sociedades. Pero, esta dimensión siempre ha tenido un alto valor para la mayoría de las civilizaciones, jugando un papel particularmente especial en los roles que las distintas sociedades exigen de la mujer, porque condiciona su nivel de “pureza, fidelidad y bondad“.
Mapa de la virginidad
En Oriente y en Occidente, la sexualidad femenina es juzgada a partir de una visión patriarcal, ya que en muchas ocasiones, estas culturas y sistemas sociales consideran al cuerpo femenino como un objeto que no le pertenece a ella misma, sino que es propiedad de la comunidad, la cual rige las pautas de su uso y goce.
De ahí que, en sociedades supuestamente liberales alrededor de este eje, existe un elemento de coerción hacia la mujer en torno a la pérdida de la virginidad. Este se manifiesta desde la manipulación y chantaje emocional por parte de las parejas, hasta la agresión física o incluso la violación.
Porque es muy “común” escuchar que los hombres presionan a las mujeres para tener cierto tipo de acercamiento íntimo o practicar relaciones sexuales. Incluso de amistades, círculos o ambientes donde se desenvuelva la mujer, ya que “es normal explorar tu vida sexual libremente” y no caen en cuenta de que abstenerse de ello por convicción o porque no se sienten listas psicológicamente también es un motivo válido, después de todo: su cuerpo, su decisión.
Según distintas opiniones de expertos en la temática, la virginidad es uno de los mandatos de género centrales del sistema patriarcal para el control y dominio de la sexualidad femenina. Este mandato, presente en todas las culturas del mundo, vulnera los derechos sexuales y tiene graves consecuencias para la salud de las mujeres, no solo en la parte física, sino también en la emocional y psicológica, ya que puede causar traumas que le impidan establecer ese vínculo con alguna pareja.
Por tanto, el cumplimiento de este mandato conlleva la construcción de relaciones poco sanas que alimentan la cultura de la violación y generan múltiples violencias de género, desde crímenes de honor a violencia sexual a menores, matrimonios forzados, mutilación genital femenina, test de virginidad, intervenciones quirúrgicas de reconstrucción, violencia psicológica, etc.
Además de la idea de que se hipersexualiza el concepto de “quitarle la inocencia” o engrandece la masculinidad, el “ser el primero para una mujer” como si fuese un premio para ganarse, cosificando a las féminas y promoviendo conductas que desencadenan otro tipo de desórdenes.
Es necesario puntualizar que la virginidad es una construcción social del sistema patriarcal, que ha considerado la sexualidad femenina algo peligroso de lo que hay que defenderse y que hay que controlar. Por ende, tener claro estas consideraciones es imprescindible para desarrollarse libremente sin vivir a expensas del valor que te otorga el resto del mundo, o el género masculino, porque no es cierto.