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“Todos los políticos son iguales”, la pose rebelde que no daña al sistema

La generalización consigue hacer norma de la excepción negativa, normalmente en beneficio de una minoría poderosa.

El sistema capitalista, que hoy rige la mayoría de las naciones del mundo en su fase neoliberal desplegada para hacer efectiva la globalización, tiene sus propios métodos de seguridad y las herramientas necesarias para poder perpetuarse en el tiempo evitando ser derribado por agentes contrarios a sus acciones.

La posesión de facto del Cuarto Poder (los medios de comunicación) para dibujar una realidad que impida a la mayoría social conocer las consecuencias de la aplicación del sistema, -por ejemplo, el cambio climático responde a las actuaciones de unos determinados políticos irresponsables, no al sistema que los lleva al poder y les indica cómo actuar– es uno de ellos.

Sin embargo, hay una gran parte de la población que se sale de esos márgenes y no termina de dar credibilidad a esos medios, personas con convicciones de izquierdas que no están cómodas en el actual sistema por diferentes razones –precariedad laboral, pobreza, conciencia social, protección de la naturaleza, trabajo con minorías marginadas-, y que podrían movilizarse de varias maneras en contra de él.

La más temida es la movilización electoral, ya que es la única manera que el sistema permite cambios dentro de sí mismo, cambios que incluso podrían terminar con él. Pero para ello está preparado mediante golpes de Estado, siendo esta otra cuestión diferente de la que estamos tratando en el presente texto.

Para evitar que esos agentes en su contra terminen votando a una opción que pretenda realizar cambios en el sistema, ya sean más o menos profundos, el mismo capitalismo les ha proporcionado una pose rebelde, con la que pueden mostrar a la sociedad su posición frente al sistema, calmando con ello que lo expresen de otras maneras que lo afecten.

Esto es la expresión “todos los políticos son iguales“. Con ella la persona que lo pronuncia se coloca en un espectro político en el que rechaza todo desde una posición de superioridad, nadie la representa porque “la clase política solo mira por sus propios intereses“. Es una auténtica outsider que está de vuelta de todo. Una rebelde, sí. Pero sin causa, también.

Es una posición tan cómoda -no requiere pensar más allá de que todos son iguales-, como vacía -no se formulan propuestas ni se analizan las causas de los problemas sociales que le aquejan-. Sin embargo, en el actual sistema la sociedad no se divide entre los que son políticos y los que no, sino entre los que poseen medios de producción y los que no.

Es decir, que ser político no implica ser igual que otros políticos. Gerardo Iglesias volvió a la mina, Julio Anguita al instituto y Cayo Lara al paro. Alberto Garzón rechazó la pensión vitalicia del Congreso de los Diputados y Yolanda Díaz pasó lustros en la política siendo extraparlamentaria, por vocación social.

No es lo mismo que aparecer en los Papeles de Bárcenas, que aprobar la Ley Mordaza, que privatizar una empresa para después trabajar en su consejo de administración, reformar la Constitución para priorizar el pago a los bancos de una deuda que no ha sido creada por la ciudadanía, ni que enriquecerse vendiendo armas a dictaduras árabes como han hecho Mariano Rajoy, José María Aznar, Pedro Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero, Felipe González y el rey emérito Juan Carlos, por poner unos ejemplos.

La consecuencia de estar engañado por el sistema con esa pose, es que a la hora de votar, la única ocasión en la que la democracia representativa da oportunidad de participar en los asuntos públicos, que al final son los que determinan los límites sociales, políticos, culturales y económicos de nuestra vida -son los que deciden el precio de los alimentos, los que permiten la subida de los alquileres, los que determina cuándo y cómo podemos manifestarnos, los que deciden dar dinero público a la monarquía y a la iglesia en vez de a hospitales y colegios-, no se apoya a nadie porque “todos son iguales“.

Sin embargo, los que han aprobado los ERTEs salvando a millones de familias de la quiebra, los que han puesto límites a las casas de apuestas, las que luchan contra la violencia de género, las que suben el sueldo, las que impulsan el acceso a la vivienda, el respaldo institucional a la comunidad LGTBi, no son iguales que los que lo impiden.

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