Precariedad juvenil en España: acabar con la UE y otras propuestas
La pérdida de la soberanía de España, como Estado-nación, al integrar la Unión Europea, permite la degradación de las condiciones laborales de los y las trabajadoras, sobre todo jóvenes.
Hablar de empleo entre la juventud en España es hablar de ‘’precariedad’’. La palabra se ha utilizado tanto que al final no es que desde las organizaciones políticas nos hayamos acostumbrado a añadirla al final de cada frase, sino que también como juventud trabajadora la hemos normalizado como concepto.
¿Por qué? Porque realmente cada etapa de regresión de derechos laborales ha contribuido de forma diferente a hacer más grande nuestra miseria, y como la precariedad no se puede cuantificar, acabamos asumiendo que forma parte de nuestra propia vida. Como si naciéramos con ella.
Pero si en pleno 2021, en mitad de una pandemia como la que vivimos, podemos destacar algo de la ‘’precariedad’’ laboral entre la juventud trabajadora, eso es sin duda la forma de contratación: temporalidad, parcialidad y estacionalidad.
Tres conceptos que aterrizan mucho más de dónde vienen los grandes problemas que sufrimos. Tres conceptos que se explican mejor si analizamos cuál es a día de hoy el modelo productivo en nuestro país. Y para ello nada mejor que señalar directamente a la Unión Europea.
Haciendo un rápido barrido histórico, podemos evidenciar que la configuración económica de la Unión Europea se inicia en 1951 con el Tratado de París, un acuerdo comercial para la comercialización de materias primas de cara al sector de la siderurgia.
En sentido estricto, una alianza de las burguesías europeas en respuesta a la amenaza del campo socialista. A partir de ahí se suceden distintos tratados que van ampliando los acuerdos no sólo en materia económica, sino también en otras políticas.
El conocidísimo Tratado de Maastricht de 1993 da, además, un paso más allá consolidando no sólo la vinculación a un mismo marco económico sino ampliando la capacidad de la Unión Europea frente a los Estados-nación, impidiendo de esta forma ejercer soberanía por parte de las instituciones de los países.
De esta forma, si la clase trabajadora en general, y su juventud en particular, ya debíamos enfrentarnos a las políticas de clase en favor de las burguesías por parte de los diferentes Estados, ahora debíamos no sólo impulsar la batalla contra los mismos sino también contra un enemigo más grande en pleno auge.
En España, la entrada en la Unión Europea se vendió como un proceso de modernización. Tras el fin de la dictadura franquista y con el recién estrenado ‘’marco democrático’’ lo que tocaba era recuperar el ‘‘atraso’’ que sufríamos frente al resto de países del continente.
Si bien los casi 40 años de dictadura habían supuesto un claro retroceso en derechos y libertades sociales, la entrada en la Unión Europea no los iba a ampliar sino más bien condicionar al objeto de mercado. Tendríamos más derechos, sí; pero no como trabajadoras y trabajadores, sino como consumidores dentro de la nueva espiral capitalista europea.
Así, los viajes por Europa se facilitarían, conoceríamos mundo, nos interrelacionaríamos humanamente con nuestros ‘colegas’ europeos. A cambio tendríamos que desindustrializar el país y poner a disposición del resto los bares y las playas, los hoteles y las cañas.
Posiblemente se facilitarían también los estudios en distintas Universidades de distintos países, ofreceríamos becas para aprender nuevos idiomas y sociedades. A cambio tendríamos que adaptar el modelo educativo no a las necesidades de las hijas e hijos de una mayoría social en España, sino a los requisitos del mercado europeo, cumpliendo los intereses de las burguesías europeas dominantes. Y podría desarrollar así largos etcéteras.
Y esto que no trataba de ser un artículo sobre la Unión Europea ha terminado dedicando varios párrafos a ello. ¿Por qué? Porque temporalidad, estacionalidad y parcialidad sólo se explican asumiendo que nuestro modelo productivo es un modelo dependiente de las economías europeas.
No sólo se trata de plantear que la economía en España está absolutamente centrada en el turismo (en Islas Canarias alcanza el 35% del PIB), sino también de plantear que la escasa industria de nuestro país se dedica principalmente al ensamblado de piezas, lo que supone unos bajos índices de valor añadido.
Mientras en Centroeuropa se fabrica obteniendo grandes rendimientos de producción, en España combinamos lo que nos traen para finalizar el producto. Y a pesar de aceptar ese reparto del trabajo industrial, año tras año se sigue sufriendo un claro proceso de deslocalización de la industria (en 2020 hubo más de 5000 despidos, en 2021 se amenazan 22.000 puestos de trabajo).
Por lo tanto, el primer foco de la lucha contra la precariedad juvenil debe estar puesto en el modelo productivo que queremos, lo que se vincula claramente a la soberanía que como pueblo tenemos para decidirlo. Y esa batalla se da no sólo contra el Gobierno de turno en nuestro país, sino contra la propia Unión Europea.
Sin embargo, no podemos escurrir el bulto y debemos materializarlo en políticas claras a tomar. La caída del marco político, económico e ideológico que supone la UE no traerá consigo la desaparición definitiva de ‘’la precariedad’’ juvenil tal y cómo la hemos definido al principio del artículo.
Luchar contra la temporalidad a día de hoy en España es poner encima de la mesa el fin de las empresas de trabajo temporal, verdaderas encargadas de normalizar los contratos de meses, de ser fábricas de mano de obra efímera que entra y sale del mundo laboral haciendo estructural un paro juvenil del 40%.
Luchar contra la estacionalidad es principalmente reindustrializar el país y activar un modelo productivo que no implique ciclos económicos en función de la meteorología. Luchar contra la parcialidad es defender la reducción de la jornada laboral a 30 horas y convertir en garantía el reparto de horas entre todas y todos los trabajadores sin reducción de salarios.
Pero a su vez, debemos pelear por la subida del salario mínimo interprofesional hasta alcanzar el 60% del salario medio bruto para evitar que ser joven en España y depender de tu sudor siga significando caer en la pobreza (en 2015, un 38,2% de la juventud vivía por debajo del umbral de pobreza).
Debemos defender un refuerzo de la negociación colectiva y sectorial permitiendo así que organizaciones sindicales o asambleas de trabajadoras puedan no sólo defender sus derechos sino tener capacidad de decisión sobre sus empleos. Y, además, conquistar que los contratos en formación o de prácticas se equiparen al de resto de trabajadoras del centro: acabar las diferencias entre compañeras de trabajo es garantizar la fuerza de todo el colectivo.
Las sucesivas crisis económicas, las diferentes recetas neoliberales (a veces camufladas bajo un aura progresista), la pandemia que nos ha dejado la COVID-19 que desemboca en una clara crisis económica, la crisis ecológica que padece el planeta, las agudizadas guerras imperialistas en su vertiente política, económica y militar, dejan un escenario que cada día se oscurece más entre quienes sólo tenemos nuestras manos y nuestro sudor para poder seguir sobreviviendo.
Cuánto más grandes son las contradicciones de este sistema capitalista, mayor es su beligerancia. Y para ello debemos estar preparándonos, para resistir, para construir espacios de resistencia, para pelear, organizarnos. Porque la historia, a pesar de las tinieblas, a pesar de la precariedad y sus mil caras, todavía no está escrita.