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América Latina decide en noviembre continuar o romper con el neoliberalismo

Las elecciones de Chile determinarán en buena parte el rumbo político de América Latina en los próximos años.

Al comenzar el presente siglo, la izquierda latinoamericana consiguió gobernar a la vez la mayoría de los gobiernos de América Latina, suponiendo grandes cambios en favor de las mayorías. Por ejemplo la ONU registró una bajada de los niveles de pobreza y analfabetismo nunca vistos en la historia de la región.

Sin embargo, a la pérdida de poder del gobierno de Estados Unidos (EEUU) y sus grandes empresas privadas, le siguieron una tanda de golpes de Estado más o menos encubiertos para recuperar la posición previa, lo que se conoce como la “Restauración Conservadora” que marcó ese “fin de ciclo“.

Sin embargo, las administraciones de Obama y Trump, junto a sus socios de la Unión Europea y otros países como Israel y Canadá, no lograron en esta ocasión derrotar a todos los gobiernos de izquierda. Aún permanecen Cuba, Venezuela y Nicaragua. Bolivia consiguió volver al cauce democrático tras la interrupción golpista.

Estas naciones han aguantado -algunas pese a las sanciones impuestas que han creado crisis económicas de alto coste social y económico- hasta que la correlación de fuerzas ha comenzado a cambiar con el regreso o la llegada al poder de la izquierda a los ejecutivos y legislativos de México, Argentina, y recientemente Perú.

La situación ha frenado a la derecha en el continente, y ha comenzado a recuperar dinámicas emancipadoras de la década pasada, como una renovada apuesta por la CELAC frente a la OEA estadounidense, a apoyar el diálogo del gobierno de Venezuela para superar la crisis, y al regreso de una diplomacia más enfocada en los intereses de las mayorías sociales en vez de a los de las grandes empresas.

Sin embargo, el actual contexto no es todavía favorable al campo progresista, que pese a que ha ganado posiciones respecto a años anteriores, todavía no tiene la fuerza suficiente como para hacer que EEUU y la UE levanten las sanciones contra los gobiernos latinoamericanos, ni para que la voluntad electoral de la mayoría social peruana sea respetada, siendo incapaz de darle estabilidad institucional al ejecutivo de Pedro Castillo, presidente que no puede gobernar a causa de los fuegos que inicia su oposición, enfocada en sacarlo del poder de la manera que sea, incluso con una vacancia.

Tampoco es capaz de imponer sus propuestas en el relato, por lo que la hegemonía cultural aún pertenece a la derecha que justifica cuestiones políticas que previamente se rechazaban de manera automática, como el respeto a las tierras de los pueblos indígenas, la protección de la biodiversidad, el rechazo a los golpes de estado, la toma de decisiones sin la participación de EEUU ni de Canadá, la lucha contra la pobreza nacionalizando y aumentado impuestos a las grandes empresas si querían explotar los recursos naturales e hidrocarburos.

Esto es a causa de que Andrés Manuel López Obrador no tiene el carisma de su predecesor como líder regional del campo progresista, Hugo Chávez, ni tampoco cuenta con una serie de nuevos líderes sociales convertidos en presidentes como lo eran Evo Morales y Rafael Correa. Sus apoyos son presidentes tan quemados mediáticamente que todo lo que digan va a ser contraproducente como Nicolás Maduro, o geopolíticamente secundarios como Daniel Ortega.

Por otro lado sus propuestas no son rupturistas y no causan impacto, y los nuevos presidentes de izquierdas que llegan al poder o son silenciados mediáticamente como Luis Arce, o son víctimas de un desgaste con pretensiones golpistas como le pasa a Pedro Castillo, por lo que o no tienen talla mediática para impactar en el escenario político regional o no pueden hacerlo.

De ahí que este mes de noviembre sea capital para la izquierda latinoamericana, ya que es el inicio de un ciclo que podría darle de nuevo la mayoría del poder a la izquierda. Por primera vez en la historia reciente de la región, a una oleada golpista han resistido varias naciones con gobiernos de izquierda, no solo acortando los tiempos para el regreso de gobiernos de signo similar, sino también haciendo más difícil una Restauración Conservadora, más sencilla de realizar cuando solo había un gobierno de izquierdas en la región además de Cuba, como el Chile de Salvador Allende o la Colombia de la Unión Patriótica.

El mes que viene Chile, Venezuela, Nicaragua y Honduras celebran sus procesos electorales. De ellos el de Chile es el más importante, no solo porque significaría el regreso de la izquierda alternativa por primera vez desde el golpe de estado de 1973, sino porque es una de las principales economías de Suramérica, y porque además tiene frontera con Perú, lo que significaría un fuerte apoyo a Pedro Castillo en su búsqueda de la paz social y la institucionalidad para poder desarrollar su gobierno.

Además su frontera con Bolivia y Argentina supondría una cercanía geográfica que permitiría realizar intercambios comerciales como el paradigma de la UNASUR, institución que podría recuperarse con esa nueva correlación de fuerzas. La izquierda chilena, al igual que el resto de las latinoamericanas que han ido llegando al poder, reconocería al presidente Nicolás Maduro y los resultados de las elecciones que se celebran en el país, acercando el fin de las sanciones.

Precisamente la derecha más extrema de Venezuela ha iniciado una campaña pidiendo a la UE no reconocer el resultado electoral, una posibilidad muy pequeña ya que en México se está realizando un diálogo entre gobierno y oposición que ya ha permitido la participación de la totalidad de ambos bloques en las próximas elecciones regionales. El reconocimiento del proceso electoral es el primer paso para el levantamiento de las sanciones.

La situación en Centroamérica no es buena para la izquierda. Solo Nicaragua cuenta con un gobierno progresista que está siendo asediado mediáticamente ahora que se acerca el proceso electoral. Su peso geopolítico es menor, pero su importancia como símbolo de la fortaleza de la izquierda ahora que ambos bloques, neoliberal y antineoliberal, están en plena disputa por la hegemonía, es capital.

Cualquier derrota de la izquierda será expuesta mediáticamente como un fracaso político de una ideología que no sabe gobernar y que se corrompe al llegar al poder, identificando al resto de los candidatos con esas ideas, para configurar en el imaginario colectivo una sensación de derrota, o peor incluso, que su victoria solo traería cambios a peor.

El sistema neoliberal como norma en América Latina es lo que está en cuestión. Dentro del campo progresista hay posiciones más moderadas como la capitaneada por México que apuesta por un posneoliberalismo, y más rupturistas como la de Pedro Castillo y Luis Arce, que trabajan por un sistema solidario que apueste por un mayor rol del Estado en la economía. Sin embargo todos coinciden en que esa ideología ha emporado las condiciones de vida de la mayoría de sus ciudadanos y ciudadanas.